La labor docente implica un constante
desarrollo. Este desarrollo a su vez nos invita a resignificar y repensar el
trabajo de los educadores con el fin de fortalecer el perfil de los nuevos
ciudadanos. Es decir, las sociedades cambian y con ella la función de la
escuela. El profesional de la educación no puede quedarse estático en su lugar
de comodidad, tiene la obligación de ajustarse a las nuevas necesidades de
estas sociedades, de los jóvenes, de las instituciones.
El uso de la tecnología es una materia pendiente
para la docencia. A pesar de estar inmersos en pleno siglo XXI recién estamos
iniciando el camino, prometedor, sin dudas. Sin embargo, aún nos falta mucho
por transitar.
No es sorprendente escuchar frases como “los
chicos de hoy nacen con la computadora (o celular) bajo el brazo”, destacando
su innata capacidad de manejo de los elementos electrónicos. Sin embargo, esto
no quiere decir que sepan darle un uso apropiado o provechoso a esa capacidad.
Pero el profesional de la educación, nacido en el siglo pasado (como todos), si
lo puede hacer. El maestro puede que no sea el mayor experto en el uso de los
elementos electrónicos pero tiene el conocimiento de enfoques que ayudan a
darle una finalidad a las cosas. Es decir, saben plantearse un objetivo en base
a preguntas que tienen que ver con ese objetivo y no con otro, como ¿Por
qué? ¿Cómo? ¿Porqué de esta manera y no
de otra? ¿Por qué con estas herramientas y no con otras? En base a ¿Qué
necesidades? Etc. Preguntas necesarias para poder realizar cualquier cosa en la
vida. Hasta tomar decisiones.
Unir
estratégicamente la tecnología con lo educativo no es fácil. Los que trabajamos
en educación debemos comprometernos con esta nueva manera de enseñar porque de
otra, los educandos sienten a la escuela como un lugar donde lo que aprenden no
les sirve para afrontar problemas cotidianos, y tienen razón. La mayoría de los
profes tienen buenas intenciones. Dedican mucho tiempo a sus clases, utilizan
muchas herramientas con el fin de motivar a sus alumnos y así conseguir su
atención, como lo lúdico. Aún así, se ve el fracaso. Es que a veces las buenas
intenciones no alcanzan, debemos ponernos en el lugar de los jóvenes de hoy y
preguntarnos qué perfil de alumnos tenemos y para qué sociedad lo queremos
formar. Es sólo cuestión de detenernos un momento a observar el panorama, la
situación, y partir desde allí. Si no somos capaces de hacer esto, todos nuestros
esfuerzos serán en vano.
Entonces el compromiso, la responsabilidad y la
profesionalidad son fundamentales para el avance. El miedo que puede aparecer
frente a lo nuevo puede ser vertiginoso pero una vez superado estoy segura de
que nos sentiremos gratificados.
Debemos
plantearnos el desafío y entender que la tecnología presenta muchas
posibilidades interesantes para lo científico y educativo. Además, entender que
después de todo, la tecnología vino para mejorar nuestras vidas, no para
dificultarla.